Carambolas de la vida - capítulo segundo ("Visió perifèrica" revista FAD)

 

*Si el lector lo desea puede leer el primer capítulo en el anterior número de FAD (Diciembre de 2017) en el que el autor aborda el nacimiento de la Fisioterapia en Valencia-España con otro excepcional relato a caballo entre la historia y la ficción.

Carambolas de la vida - capítulo segundo ("Visió periférica" revista FAD)

José A. Polo Traverso

 

Colegiado de Honor del ICOFCV

PT, DPT, FAAOMPT. Doctor en Fisioterapia

Fellow de la Academia Americana de Terapia Manual
Subdirector de Fisioteràpia al Dia 

La primera carambola se produjo en 1916 y tuvo consecuencias importantes, impredecibles en aquel momento como suele ser el caso. La segunda, con mucho efecto, en el año 35 con resultados devastadores. La tercera y a tres bandas cuarenta años tras la segunda en coordenadas muy precisas.

40°28’51’’N. 3°41’14’’W. 10.11.1975. 12 °C. 0830.

Las normas que regían las acciones del viajero estaban establecidas de antemano y eran sencillas de entender: estar en el sitio preciso y en el momento justo, observar siempre, intervenir tan sólo in extremisy tangencialmente, jamás tomar acción directa, influenciar la acción determinante de forma indirecta cuando se haga necesario. El viajero se sabía las reglas de memoria, no era la primera vez que saltaba con éxito la barrera espacio/tiempo. 

Fumaba su vieja pipa saboreando el humo con calma, disfrutando una mañana que se presentaba fresca bajo un cielo de zafiro. Estaba allí para asegurarse de que todo saldría como se esperaba. Un accidente de tráfico, la avería de un ascensor, un simple resbalón sin aparente importancia podría dar con el proyecto al traste. El viajero se mantuvo en pie hojeando un periódico atrasado con la espalda apoyada contra una pared, silbando entre dientes una musiquilla que le gustaba desde su juventud. Admiró las formas del edificio de Maternidad situado a su izquierda, una torre de dieciséis plantas con ventanales verdosos y helipuerto en el techo donde nunca llegó a aterrizar un solo helicóptero. La Paz, se dijo el viajero, estará siempre en el corazón de los madrileños a pesar de sus orígenes. 

No es que el diseño del hospital madrileño fuese único ni mucho menos. Hacía dos décadas que el arquitecto Marcide Olozabal había hecho realidad una torre de idéntico diseño modernista cuando se inauguró la Residencia Sanitaria Francisco Franco de Barcelona en 1955, más tarde hospital Vall D’Hebron, una inauguración que coincidió con la apertura de la fábrica de automóviles SEAT en la Zona Franca barcelonesa y con la entrega de llaves de 4.000 pisos de la Obra Sindical del Hogar en la misma ciudad. Nueve años más tarde se inauguraría a bombo y platillo el complejo hospitalario La Paz con el beneplácito de egos centralistas satisfechos de a) darle carpetazo al venerable hospital Provincial de Madrid que buena falta hacia tras tres siglos y pico de actividad y b) chinchar a los catalanes abriendo el centro de referencia de España en Madrid. Treinta mil metros cuadrados. Ochocientas cincuenta camas. Decorado con esculturas vanguardistas de José Espinós Alonso y Carlos Ferreira de la Torre, escultores que cortaban el bacalao allende fronteras patrias. Bien comunicado a través de la Avenida de la Paz que más tarde sería parte de la M-30. Dirigido por el doctor Cuesta Inclán, médico de prestigio y gestor del centro hospitalario hasta las elecciones generales de 1978. El non plus ultraen sanidad española de mediados de los sesenta. 

La inauguración de esta ciudad sanitariael 18 de julio de 1964 fue parte importante de los actos conmemorativos de las efemérides del fin de la guerra civil, un despiporre mediático que el Gobierno etiquetó con el irónico Veinticinco Años de Paz buscando aparcar temporalmente las habituales consignas de victoria, alzamientoo cruzadapor aquello de dar buena imagen en el exterior y suavizar asperezas en casa. A la inauguración asistió Franco a pesar de que los hospitales le daban mucho yuyudesde el balazo en Marruecos. Arias Navarro se presentó al guateque con el Ministro de Información y Turismo Manuel Fraga e, incluso, el príncipe Juan Carlos acompañado de su señora se dieron un paseo por las afueras de la capital para salir en la foto. El doctor Martínez-Bordiu, yernísimo, cardiólogo y futuro jefe del servicio de Cirugía Torácica y Cardiovascular, poseedor de la Medalla de Oro de la Orden del Mérito Turístico entre otras distinciones, estuvo mariposeando durante la ceremonia de inauguración y el piscolabis luciendo moreno de yate ajeno como era su costumbre. Tenía el título de Marqués de Villaverde pero sus colegas le llamaban Marqués de Vayavida por bajinis.

El autobús de línea se hizo visible en la Avenida del Generalísimo. El viajero desdobló el ABC del domingo anterior y disimuló hasta que el vehículo se detuvo en la parada, a cuatro pasos de su puesto de observación. En la portada del diario, la marcha verdehabía ocupado toda la atención del editor jefe. A la salud de Franco se le dedicaba mucha tinta en las páginas interiores: políticos y médicos preocupados por su salud con cara de circunstancias, el arzobispo de Zaragoza visitando a su excelencia, la quinceañera Paloma Trujillano que le sigue enviando al insigne enfermo la rosa diaria que le tiene prometida, gente rezando a las puertas de La Paz a intervalos regulares. Las editoriales repetían lo de compás de esperacomo un mantra. Los españoles esperaban el desenlace de lo inevitable en prudente silencio, preguntándose para sus adentros qué leches iba a pasar cuando a Franco le enfundasen un traje de caoba. Quién va a coger las riendas del país, se preguntaban. 

Un hombre menudo con traje gris y abrigo oscuro se bajó del autobús municipal y con paso seguro se encaminó hacia la entrada del hospital. El viajero lo siguió a poca distancia, inmerso en el río humano de pacientes y visitantes que seguían su misma dirección calle arriba. El hombre del traje gris había entrado a trabajar en el servicio de Traumatología y Rehabilitación de La Paz en 1966 y, nueve años más tarde, se mantenía fiel a su rutina diaria: dejar el Renault 5 color botella de butano aparcado bajo su piso para tomar el autobús de línea en la parada del estadio Bernabéu que le llevaría por el paseo de la Castellana hasta la puerta misma de La Paz. Cuatro kilómetros escasos. Repasaba mentalmente la lista de pacientes que había consultado el día anterior antes de marcharse: Sánchez, Aguilar, Moreno, Seturbe y otra media docena de ciudadanos. De todos ellos el que más angustia le causaba era su paciente estrella, el paciente que le había cambiado la vida.  

El viajero le dejó llegar a la escultura femenina de Carlos Ferreira de la Torre que adornaba la entrada principal del centro hospitalario. Bronce vanguardista a juego con el relieve en la fachada de cemento. Allí, a la sombra del adefesio le abordó el viajero poniéndole una mano en el hombro. “¿Señor González?”. Una pregunta de circunstancias, el viajero sabía quién se giraba para mirarle con sorpresa pintada en el rostro.  

“Sí, soy yo”. Respondió el interfecto. Sus ojos no traicionaban desconfianza, tan sólo extrañeza ante una interrupción inesperada de su rutina laboral. El viajero se llevó una mano al bolsillo y le mostró una insignia dorada. El águila imperial con el escudo español se distinguía claramente bajo la leyenda Dirección General de Seguridad. Bajo el águila otra leyenda, Cuerpo General de Policía. Una pieza de museo que el viajero había solicitado para facilitar la misión.  

“Necesito hablar con usted”. Dijo en tono seco. No hacía falta más en la España de 1975. 

“Sus compañeros ya me han interrogado. Me han dado el visto bueno. No tengo antecedentes”. Dijo el hombre, casi disculpándose.  

 “No voy a quitarle mucho tiempo señor González. Podemos hablar ahora en algún sitio cómodo o hacerlo en comisaria”. Dijo el viajero con aplomo, metiéndose en su papel de policía duro. “Lo que usted prefiera”. 

El hombre suspiró resignado dejándose hacer. Caminaron juntos, el hombre del traje gris abriendo camino mientras el viajero le seguía un paso atrás. El bullicio de la clientela les dio la bienvenida al entrar en la cafetería del hospital. Olor a café, a pan tostado, a churros, a tortilla de patatas. El aire recalentado empañaba las ventanas desde dentro. Pidieron en la barra y buscaron una mesa aparte donde sentarse. Encontraron una de formica en una esquina con sillas desparejadas. Un cenicero de Cinzano y un servilletero sucio sobre la mesa. Cercos de café en la mesa. Migas de pan. Se sentaron el uno frente al otro. 

“Usted dirá señor agente”.

El viajero hizo un poco de tiempo echándole azúcar a su café con leche y dándole a continuación un sorbo. “Necesito que me preste atención Ángel. ¿Puedo llamarle Ángel?” Le dijo el viajero dejando el café en la mesa. El hombre asintió sin separar los labios.  

“Estoy seguro de que mis compañeros de la BPS han repasado su vida a conciencia. De cabo a rabo. Sin embargo me encuentro en posición de ofrecerles ciertos detalles que estoy seguro no poseen y que pueden resultarles interesantes.” Diciendo esto el viajero sacó un pliego del bolsillo de su chaqueta, escrito a mano con buena caligrafía y lo puso sobre la mesa. Como una sentencia de muerte. 

“No tengo nada que ocultar.” Dijo el hombre, ahora visiblemente nervioso. “Yo no he hecho nada.” La Brigada Político-Social, conocida popularmente como la secreta, tenía el poder de arrestar, retener e interrogar a cualquier hijo de vecino sin sanción judicial alguna. Con la BPS no se jugaba uno los cuartos.

“Por supuesto pero permítame que le cuente una historia si no le molesta.” El viajero le dio un par de golpecitos al pliego con un dedo, notando como uno de los cercos de café manchaba el papel con una mancha circular. “Esta historia comienza en la provincia de Salamanca en 1935 cuando el automóvil en el que viajaba el general Franco, a la altura de las Cabezuelas en el término de Pelabravo, arrolló a dos ciclistas; Agustín Curto y Matías Martín, dos obreros de veintipocos años.” Hizo una pausa para darle un sorbo al café. “El chofer del vehículo, un sargento de Ingenieros, no pudo controlar los mil seiscientos kilos de automóvil y se los llevó por delante. Agustín murió en el acto, a Matías se lo llevaron muy grave al hospital de Salamanca donde se recuperó de sus heridas”. El viajero hizo una nueva pausa para darle otro sorbo al café. El hombre del traje gris no había tocado el suyo aunque no quitaba los ojos del plato y la cucharilla. “El Hispano-Suiza patinó y volcó en la cuneta. Afortunadamente ni Franco ni su señora sufrieron daños a pesar del aparatoso accidente.” 

Ángel se limitó a asentir con la cabeza. 

“Volviendo al accidente de tráfico de Salamanca, al poco los vecinos se congregaron en el lugar del accidente. Usted tenía entonces cinco años. ¿Me equivoco?”

Ángel volvió a sumirse en sus propios recuerdos y le dio un sorbo a su café. Asintió. “Usted fue uno de los primeros en llegar a la escena del accidente. Vivía en una casa junto al cercano arroyo de la Cova. Era mediodía del jueves 22 de agosto y a su padre, médico de cabecera, le pareció oír el estruendo del accidente. Más tarde las sirenas de la Guardia Civil le confirmaron que algo había pasado. Curioso y con el ánimo de echar una mano si alguien había resultado herido, se subió a su moto y se lo llevó en el sidecar de una Moto Guzzi del año 34. Burdeos con detalles blancos.”

“¿Cómo puede usted saber eso?” Preguntó con la sorpresa pintada en el rostro.

“Tengo mis fuentes.” Le cortó el viajero. “Cuando llegaron al lugar del accidente el Hispano Suiza estaba boca abajo en la cuneta. Al Generalísimo y a su señora se los habían llevado a toda prisa a Comandancia. El herido iba camino del hospital. En la carretera quedaron las dos bicicletas destrozadas y el joven muerto cubierto con una manta.” Una mirada directa al hombre del traje gris. “¿Lo recuerda usted Ángel?” 

“Nunca podré olvidarlo. Me impresionó muchísimo.”  

El viajero siguió adelante con la historia. “Al declararse la guerra un año más tarde su padre, que era socialista de los de carnet, pasó varios meses en la cárcel de Salamanca. No le fusilaron porque era médico, necesitaban gente en los hospitales y un primo suyo que era falangista intercedió por él pero la experiencia le marcó para siempre. Su padre mantuvo un expediente abierto en el SIPM hasta que se murió.” 

Ángel suspiró y le dio un sorbo al café. “Sus colegas de la secreta saben de mi padre. Incluso le llamaron rojo de mierdamientras me leían la cartilla.”

“¿Guarda rencor de todo aquello Ángel?” Preguntó el viajero. 

“Salvo por la resistencia en Béjar y Ciudad Rodrigo la provincia de Salamanca se entregó sin pegar un tiro.” El hombre se detuvo un momento, azorado por su propio desliz. “Quiero decir que gracias a Dios Salamanca se sumó al glorioso alzamiento de buen grado y abrazamos la cruzada nacional para mayor gloria de España.” 

“Ahórrese la propaganda Ángel. No es necesaria.” Dijo el viajero.  

El hombre puso la taza en el plato con más fuerza de la necesaria. “Lo pasamos mal en mi familia, hágase cargo. Mi madre nunca perdonó a mi padre que tuviese ideales políticos.” Ángel estaba convencido de que iba camino del calabozo por alguna razón que no acertaba a comprender así que de perdidos al ríose dijo. “Nos mudamos a la capital porque el pueblo se quedó desierto durante la guerra. Mi padre ejercía en el Hospital Provincial de Salamanca. Vivimos un par de años con menos de lo que estábamos acostumbrados pero íbamos tirando, muy a disgusto de mi madre a la que se le agrió el carácter. En el 38 los rojos enviaron un enjambre dekatiuskas y bombardearon la ciudad. Vivíamos por entonces en el barrio de Garrido y allí nos cayeron bombas para dar y regalar.”

“No lo dudo Ángel. Cuando acabó la guerra tenía usted nueve años. La década de los cuarenta la vivió en una escuela de Salesianos en régimen de internado. A los veinte años conoció a una chica y se enamoró de ella. Quiso mudarse a Valencia de donde la muchacha era originaria. Su madre no veía bien que se mudase a la zona roja. Su padre le dio cuatro mil pesetas para que comenzase una nueva vida.”

“El expediente del Servicio de Información y Policía Militar es completísimo.” Dijo el hombre no sin cierta sorna. “Estaba harto de tierra adentro, de secano. Conocí a María José, nos carteamos una temporada. La visité en el pueblecito de Valencia donde vivía, un pueblecito del interior. ”

El viajero asintió con la cabeza. Conocía los detalles. “Benifayó. Rodeado de naranjos y campos de cebollas.” El viajero sacó su vieja pipa del bolsillo y se puso a cargarla de picadura con cuidado, tomándose su tiempo. “En 1957, recién acabada la carrera de ATS, le llegaron noticias de que se forjaba una nueva carrera sanitaria. Ayudante de Fisioterapia, algo que ver con la epidemia de polio. Echó los papeles pero no le aceptaron por falta de cupo; para su sorpresa le enviaron una carta al poco tiempo aceptándolo. Al parecer uno de los alumnos murió de repente y esa tragedia había dejado un asiento vacante en el aula. Gracias a ello usted se hizo fisioterapeuta.”

“Carambolas de la vida.” Dijo el hombre

“No lo sabe usted bien.” Dijo el viajero con una sonrisa torcida. “En 1969 obtuvo plaza en la recientemente inaugurada Ciudad Sanitaria La Fe de Valencia. Allí se hizo una buena reputación como fisioterapeuta en el área respiratoria. Hizo amigos, se hizo conocer en ese mundillo. La vida le trató bien. Hace dos años le ofrecieron más responsabilidad y más sueldo en Madrid. Alquiló un piso en el barrio de Tetuán y se vino por su cuenta. Su mujer y sus dos hijos, todavía en edad escolar, se quedaron en Valencia.” 

“Muy a mi pesar, créame. Les echo de menos.”

“No lo dudo Ángel, es duro estar fuera de casa.” Dijo el viajero dándole otra chupada a la pipa. “La cosa es que usted no vive en Madrid porque le ofrecieron una oportunidad laboral. Esa es la excusa de cara a la galería. La realidad es otra distinta.”

“Dígamela usted y acabamos la pantomima. Tengo pacientes que me esperan.” 

“Desde que los problemas de salud de Franco se acrecentaron usted se ha encargado, a las órdenes del equipo médico del Caudillo y bajo secreto de Estado, de tratar su afección respiratoria. Inicialmente en el Palacio del Pardo y en la actualidad en La Paz donde se encuentra convaleciente. Neumonía, atelectasia, insuficiencia respiratoria. Sus jefes le consideran el mejor fisioterapeuta respiratorio del país, comprometido con su profesión. Un hombre prudente, sensato aunque un tanto gris. Consecuentemente le trasladaron hace dos años con órdenes de dar prioridad absoluta al tratamiento del Caudillo sin decir esta boca es mía a nadie. Incluyendo a su familia.”

Ángel guardó silencio. El viajero le miró con afecto. “Por eso su mujer e hijos se han quedado en Valencia. Para no comprometerlos, para no ponerlos en una situación complicadade la que usted recela.”

“Ya veo que me ha investigado a fondo señor agente.”  

El fisioterapeuta apuró el café de un sorbo. “Lo que sigo sin ver es por qué lo ha hecho.”

“Las razones son complicadas y difíciles de explicar pero trataré de resumirlas en una frase: España le necesita.”

Ángel González, fisioterapeuta, marido y padre de familia en absentia, se quedó de piedra. “¿Cómo dice?” 

“Vamos al grano Ángel.” Sentenció el viajero. “Lo que voy a decirle, si llegase a revelarlo, le enviaría derecho a la Modelo. Créame cuando le digo que los presos políticos saldrán de la cárcel en el 78 pero las hostias que se puede usted comer mientras tanto no se las quita nadie. Así que le recomiendo prudencia y boca cerrada. Oír y callar.”

Ángel guardó silencio y el viajero aprovechó para aplicarle un nuevo fósforo a la pipa y lanzar una bocanada de humo. “Vamos al grano. Puede que Dios o el Diablo estén de lado del Generalísimo y su gloriosa Cruzada pero la cosa es que franquitose ha librado de la muerte varias veces.  Sin ir más lejos el 28 de junio de 1916 nuestro Caudillo, por entonces capitán del Segundo Tabor de Regulares, sufrió una herida de bala durante una escaramuza cerca de Ceuta de la que salió con vida.” El viajero bajó la voz varias octavas. “Le confío sin embargo que esa herida tuvo terribles consecuencias para su masculinidad.Se le trasladó al hospital militar de Las Palmas de Gran Canaria para que se recuperase de sus heridas pero  quedó monórquido como resultado. En otras palabras, esa herida le costó un huevo a Franco y la yema del otro.”  

Ángel puso los ojos como platos. “¿Es usted policía o no?” Preguntó muy serio. Los policías que él conocía no se hubiesen atrevido jamás a hablar de aquella forma del Generalísimo. 

“Lo soy pero no de la forma que usted cree.” Dijo el viajero con calma. “Como le decía, el entonces capitán Francisco Franco se curaba de sus heridas en el hospital militar de Las Palmas y allí mismo, como quien no quiere la cosa, el bizarro oficial gallego tuvo un encuentro fortuito con una abnegada enfermera canaria. Todo aquello de tapadillo, sin que la legítima de uno o el novio de la otra se enterasen. De ese encuentro nació un chico del que Franco tuvo conocimiento más tarde cuando las cosas se enfriaron en la península.  

El fisioterapeuta miró alrededor como un conejo al salir de su madriguera. “¿Me está diciendo que Franco tiene un hijo secreto?” 

“Así es.” Le respondió el viajero para lanzar otra bocanada de humo. “Acabada la guerra y sin nadie que le hiciese sombra Franco se alzó al poder con poca resistencia. Más tarde, cuando le llegaron los detalles del retoño, proporcionó los medios necesarios para que llegado el caso le sucediese en el poder. Franco supo desde el principio que su hija Carmen no podía gobernar España y, estratega desde que salió de la Academia de Infantería de Toledo, decidió guardarse un as en la manga. Los años le dieron la razón cuando su hija se casó con un cantamañanas por muy doctor que fuese. Visto el panorama Franco mantuvo un contacto estrecho con su hijo a través de terceros, financiando su educación lejos de España.”

“Nada de as en la manga.” Dijo el fisioterapeuta, metido ahora en el hilo de la historia. “Escondió el as en otra baraja.” 

“Efectivamente. El hijo secreto de Franco creció en el Estado norteamericano de Maryland bajo el cuidado de su madre y de un tío lejano quién, en realidad, era un funcionario diplomático encubierto a las órdenes del Régimen. El chico resultó ser buen estudiante. Creció sin conocer a su padre. Entró en la academia naval de Annapolis de donde salió oficial de crucero entre los cinco primeros de su promoción. En el año 1957 hizo su primer viaje transatlántico a bordo del portaaviones Coral Seahaciendo escala en el puerto de Valencia. Franco viajó de incógnito para conocer a su hijo por primera vez.” 

“Increíble.” Susurró el fisioterapeuta.

“Como lo oye. De este viaje tuvo noticia un grupo anarquista de la CNT que aprovechó para plantar una bomba en el restaurante donde se suponía iban a comer en el más absoluto secreto. Cerca del puerto.”

Ángel seguía el desarrollo de la historia con creciente interés sin despegar los labios. El entrechocar mundano de la cafetería sonaba a sus espaldas como el Manzanares entre campos dormidos. “Los anarquistas ya habían tratado de asesinar al Caudillo con el mismo método en la catedral de Barcelona en 1947 y la operación se les fue al carajo, lo mismo que en San Sebastián en 1948 cuando trataron de usar una avioneta para bombardear un desfile. En Valencia los planes se torcieron cuando en el último momento el servicio de protección de Franco decidió que el encuentro no se produjese en el Grao sino en El Saler. Los anarquistas habían plantado una bomba en la casa contigua con dos días de antelación y cuando supieron que los planes habían cambiado decidieron dejarla estallar de todas formas. Los muy cabrones. Varias personas murieron ese día, entre ellos un enfermero que quería ser fisioterapeuta. Los servicios de información decidieron echar tierra sobre el asunto para no alarmar la población, inventándose un derrumbamiento accidental con víctimas mortales.” 

La mirada de incredulidad del fisioterapeuta no tenía precio. “Usted está loco de remate o el loco soy yo.”

“Ni mucho menos. Lo que estoy es apurado de tiempo.” Dijo el viajero sacando del bolsillo dos hojas de periódico dobladas en cuatro pliegues y entregándoselas al hombre del traje gris. “Eche un vistazo usted mismo. Le doy la oportunidad que no muchos han tenido de echarle un vistazo al futuro.”

Los recortes de prensa se deslizaron de un hombre a otro sobre la mesa de formica, boca abajo como naipes en un casino. Ángel levantó el primero ellos para leerlo. “Lo que tiene usted en las manos es la portada del ABC del 21 de noviembre de este año. La venderán en los quioscos en once días. La noticia del día es la muerte de Franco.” En la portada el cadáver de Franco en uniforme de gala descansaba en un ataúd bajo el titular VIVO EN LA HISTORIA. 

Ángel miraba la hoja de periódico con cierta aprensión, como si le quemase los dedos. “Se nos puede caer el pelo por tener algo así. Espero que sea usted consciente de ello, policía o no.”

“Pierda cuidado. Lo que debe preocuparle es que, si las cosas siguen su curso, los españoles leerán un titular muy distinto. Échele un vistazo al siguiente.” El fisioterapeuta puso el papel sobre la mesa y examinó el segundo recorte de prensa. El papel era muy distinto al anterior, brillante e impreso en colores brillantes. En una foto destacaba la figura de un hombre grande y rubio, en traje de oficial de la Armada, cuadrándose ante un monumento con una placa de mármol y varias coronas de flores bajo una lista de caídos por la Patria. El titular leía EL PRESIDENTE AGUILAR SALUDA A LOS HÉROES DE GIBRALTAR. El fisioterapeuta levantó la cabeza con cierto reconocimiento en la mirada. “Este debe ser el hijo secreto de Franco.” 

“Correcto.” Asintió el viajero. ”El próximo dictador de España.” 

Un silencio espeso se dispuso entre ellos. “El resto es demasiado largo para contárselo con recortes de prensa. Tal vez esto le ayude a tomarme en serio.” El viajero los tomó de la mano del fisioterapeuta y se los guardó en el bolsillo de la chaqueta. A continuación le puso un objeto metálico en la mano, del tamaño de un paquete de Bisontes. 

“Guárdelo bajo la mesa pero mire a la pantalla con disimulo. Los cables que cuelgan son auriculares. Póngaselos en los oídos y presione la pantalla.” 

Ángel González no había visto jamás un televisor tan pequeño. O en color. Una vez tuvo los auriculares en posición el aparato pulsó la pantalla con cuidado. El viajero acercó la silla como si de un narrador adicional se tratase. “El de la pantalla es el príncipe Juan Carlos de Borbón, en uniforme del Ejército, entregándole un sable al fulano de antes en una ceremonia formal, protocolaria. Son imágenes del año que viene, 1976. La cara del Borbón no tiene desperdicio, ¿no le parece? El que iba destinado a ser Rey de una monarquía constitucional abandona España a la fuerza para refugiarse en Grecia con la familia de su mujer.” 

El fisioterapeuta tenía los ojos clavados en la pantalla. “El siguiente vídeo muestra al presidente Aguilar proclamándose Jefe del Estado y de las Fuerzas Armadas en 1978 bajo la inquietud de potencias extranjeras y el apoyo del estamento militar español más reaccionario. Los americanos y los rusos miran desde lejos y se preguntan qué tajada pueden sacar del asunto. Siga atento a la acción, verá un breve reportaje de la España que se avecina bajo el mandato del presidente Aguilar.”

Las imágenes y la narración se sucedían una tras otra. El presidente Aguilar entra en la catedral de Sevilla bajo palio en 1980. El Mundial de Fútbol como escaparate internacional se cancela. Dos días antes de invadir Gibraltar el presidente Aguilar habla de una Segunda Cruzada Victoriosa para ajustar con los ingleses cuentas que llevan dos siglos pendientes. Francia entra en la guerra del lado español, los norteamericanos dan apoyo logístico a los británicos en el bombardeo de Cádiz. Marruecos invade Ceuta y Melilla causando centenares de muertos. La Armada combinada hispano-francesa borra del mapa Plymouth y Southampton en tres días. Alemania se mantiene neutral de momento. Europa tiembla ante la posibilidad de una nueva guerra mundial. El embajador de España en la ONU abandona el pleno en 1983 con la cara desencajada.

“No me lo puedo creer.” Dijo Ángel devolviendo el aparato al viajero, mirándolo como si lo viese por primera vez. “¿Quién narices es usted?” 

“Soy parte de un grupo de viajerosa quienes se les ha encomendado la misión de prevenir episodios digamos… nocivospara Europa y sus ciudadanos. Un proyecto desarrollado en CERN con tecnología española utilizando el acelerador de partículas y con el Bosón de Higgs como primer paso tecnológico. Tenemos cierto alcance y nos debemos a reglas establecidas de antemano.” 

“Sigo sin ver quién me da vela en este entierro.” 

“La Federación para la que trabajo alcanzó un consenso unánime: evitar que Aguilar y Matachanes se autoproclame Jefe del Estado. Ya ha visto cómo se las va a gastar en la próxima década. El sector duro del ejército, el clero y la aristocracia temen la instauración de un régimen democrático en España tras la muerte de Franco.” Dijo el viajero con media sonrisa. “Supondría un desastre para sus intereses económicos y políticos. Preferirían que Franco no muriese nunca o que le sucediese un heredero afín políticamente hablando.”

“En ese caso no entiendo por qué un señor que viene a verme con una placa de policía y trae periódicos del futuro no es capaz de pegarle dos tiros a cualquiera.”

“Ya le he dicho que tenemos reglas Ángel. Una de ellas prohíbe claramente a un viajero acabar con la vida de un sujeto.” Le dio una chupada a su pipa y exhaló una nube de humo. “Pero nadie nos impide que un aliado se encargue del asunto.”

“Ahora me va a pedir que sea yo el que haga el trabajo sucio. Que le pegue dos tiros a Franco.”

“No necesito que apriete gatillo alguno Ángel. Le pido simplemente que mire hacia otro lado cuando su paciente sufra un embolismo pulmonar repentino. Le pido que le deje morir, que la enfermedad siga su curso. Que se mantenga el margen.” 

El fisioterapeuta se quedó pensando durante un momento frunciendo en entrecejo. “Lo que me pide es criminal cuanto menos. Me debo a mis pacientes.” El gesto del hombre del traje gris se suavizó un tanto tras un momento. “Además, Franco está muy protegido. Tiene una enfermera a pie de cama las veinticuatro horas. Los mejores medios técnicos para salvarle la vida en casos como ese. Aunque quisiese no podría hacerlo.” 

“Olvídese del dictador presente, es el dictador futuro el que nos interesa. ¿No le suena el nombre?” Preguntó el viajero con una sonrisa.

“Para nada.” Dijo el fisioterapeuta.

“Es uno de sus pacientes. Lo tiene en su lista de trabajo para esta mañana.“ 

Ángel reconoció por fin el nombre. Aguilar. Paciente VIP recomendado por el director de La Paz. Ingresado ayer en la misma planta del Caudillo aquejado de bronquitis crónica. El historial dejaba las cosas claras: fumador, bebedor, obeso, hipertenso, diabético. Una bomba de relojería ambulante.

“Es cierto. De hecho, si no fuese porque me ha entretenido debería estar evaluándole ahora mismo. Voy tarde.” Dijo el fisioterapeuta mirando su reloj de pulsera. 

El viajero apuntó al hombre con la boquilla de su pipa. “Necesito que tome una decisión en los próximos cinco minutos Ángel. Si no se ocupa usted de este paciente otro fisioterapeuta lo hará en su lugar. Cuando llegue el embolismo pulmonar lo reconocerá y, con toda seguridad, le salvará la vida. No podemos dejar que ocurra esto. Aguilar debe morir en la próxima hora o el destino seguirá su curso irremisiblemente.”

El fisioterapeuta miraba al viajero de hito en hito. “Lo que me cuenta no tiene ni pies ni cabeza.” Dijo al fin. “Me pide que vuelva al hospital y deje morir a un hombre de un embolismo pulmonar. Un hombre que usted dice es el próximo dictador de España. Un maniaco peligroso.”

“Así es.” Dijo el viajero con aplomo.

“Entonces va usted y me pide que me convierta en un asesino por omisión. Que deje morir a un ser humano mientras miro hacia otro lado. Que me meta en un lío de tres pares de cojones.” El fisioterapeuta echó hacia atrás la silla y se levantó bruscamente. “El único maniaco es usted quienquiera que sea y como se llame. Le recomiendo que se largue de aquí antes de que un policía de verdad le eche el guante porque lo primero que voy a hacer cuando salga por la puerta es buscar un guardia.”

Ángel González dio un paso hacia la puerta pero el viajero lo detuvo con un gesto. “De acuerdo Ángel. Haga lo que le parezca más oportuno. Otra de las reglas del juego es que no puedo forzarle a hacer lo que no quiere pero antes de irse vuelva a echarle una ojeada al recorte de prensa.” 

Diciendo esto el viajero sacó el periódico más reciente, a todo color, y se lo entregó al hombre del traje gris. “Fíjese en los detalles si es tan amable.”

El fisioterapeuta se detuvo más por curiosidad que otra cosa. La historia de aquel fulano parecía sacada de un relato de H.G. Wells, tan carente de realidad como obscenamente fantasiosa. Sin embargo el hombre se acercó la fotografía a los ojos.

“¿Qué quiere que vea en esta foto?” Dijo Ángel con mal disimulada frustración.  

“Fíjese en el monumento ante el que Aguilar ha depositado coronas de flores si es tan amable. Si no le parece interesante es usted libre de marcharse. No le molestaré más.” 

El hombre del traje gris hizo lo que le pidió el viajero. Examinó la foto y tras un momento levantó los ojos con un gesto de dolor pintado en el rostro. El propósito de sus contactos tangenciales con Franco desde su niñez se hizo evidente en su mente como líneas trazadas con rotulador grueso en la mesa de billar de su vida pasada. El fisioterapeuta contó las carambolas que el destino había jugado para ponerle en aquella posición, para darle aquella oportunidad única.

“Gracias.” Dijo el fisioterapeuta dejando caer la hoja de periódico al suelo, olvidada mientras se alejaba camino de la salida a buen paso sin mirar atrás. 

El viajero se agachó a recoger la página del diario y guardársela en el bolsillo. Sabía que Ángel no podría negarse a jugar su papel en el caos organizado que los humanos llamaban destino, voluntad divina, karma. Había adivinado correctamente que Ángel sería actor voluntario en la sinfonía de sucesos que se enredaban sin motivo aparente y se presentaban de forma inesperada sin darnos idea de su importancia futura. Estaba seguro de que el fisioterapeuta haría lo que le había pedido sin temblarle el pulso tras leer el nombre de su hijo en un monumento dedicado a los caídos en una guerra inútil.

El viajero se abrochó la chaqueta y salió a la calle silbando Paquito el Chocolatero. Hora de volver a casa.